EL ETERNO RETORNO DE LAS CURVAS

Así han cambiado los cuerpos de las mujeres (y la lencería) a lo largo del último siglo

 

El ser humano y, en concreto, el hombre, tiene la fea tendencia a pensar que las cosas siempre fueron como son. O, como mucho, cree que en el pasado las cosas eran de manera totalmente distinta y, en un momento dado, se convirtieron en lo que son ahora. Sin embargo, lo más frecuente es que la evolución histórica de aspectos concretos de la vida humana sean una constante evolución entre polos diferentes en la que lo que un día es aceptable, al siguiente no lo es, pero quizá pasado mañana sí. Sobre todo en la representación del cuerpo femenino y la moda, como sugiere Lucy Adlington en ‘Stitches in Time: the Story of the Clothes We Wear’ (Random House), un recorrido por la evolución de las ropas.

“No hay nada natural en los cuerpos que se ponen de moda”, ha explicado la autora en una entrevista con ‘Femail’. “A través de la historia, las mujeres y los hombres han agrandado o aplanado sus cuerpos para imitar la moda que está de moda. Eso puede significar muslos gruesos o siluetas delgadas y pechos planos”. No se trata simplemente de que antes gustasen más voluptuosas que ahora, sino de que los cánones pueden cambiar en unos años o, incluso, convivir entre sí.

 

Adlington dedica uno de los capítulos de su libro a la evolución de la ropa interior femenina, algo de lo que se ha escrito mucho y tendido, incluso en nuestro país. Es el caso de libros como ‘Piel de ángel: historia de la ropa interior femenina’ (Tusquets) de Lola Gavarrón o la ‘Antropología de la ropa interior femenina’ (Ediciones de la Banda Oriental), de los profesores uruguayos Anabella Loy y Daniel Vidart. A continuación, recogemos algunos de los hitos que marcaron la evolución de la ropa interior –y por extensión, de los cuerpos que la portaban– a lo largo del siglo XX.


Un nuevo siglo, una nueva moda

Podemos saltarnos milenios de evolución de la moda recordando que lo que en un primer momento nació con una función higiénica y protectora terminó adquiriendo una estética, funcional y sexual. Su primer gran desarrollo se produjo durante los años del Imperio Romano, en el que las ‘fascia pectoralis’, los sujetadores de la época, sostenían el busto femenino de igual manera que los hombres llevaban el ‘subligaculum’, un protocalzoncillo. La Edad Media, como en todo, provocó que se volviese a imponer el camisón de cuerpo entero. Todo cambió con la irrupción del corsé, el complemento estilizador del cuerpo femenino por antonomasia que conoció su período de esplendor en las cortes europeas del siglo XVI al XIX, a pesar del rechazo de Napoleón, que lo consideraba como un “asesino de la raza humana” porque consideraba que causaba abortos naturales.

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Pero como bien nos recuerda el significado de la palabra “corsé” (“limitación o constricción impuesta a una forma de actuar”), el siglo XX necesitaba una ropa más cómoda, libre y que dejase poder de movimiento –literal y figurado– a la mujer, en pleno proceso de empoderamiento. El 3 de octubre de 1914, Caresse Crosby, una mujer de buena familia de Nueva Inglaterra, patentó el sujetador después de sufrir problemas con su corsé en un concurso de baile, aunque poco después vendería los derechos a Warner Brothers. Fue en este ámbito donde se produjo la gran rebelión contra los incómodos corsés: Isadora Duncan e Irene Castle dejaron de utilizarlos mientras actuaban. Sin embargo, la prenda conoció otra evolución: empezó a decorarse, lo que provocó que terminase convirtiéndose en uno de los accesorios sexuales más importantes del siglo XX, algo que llega hasta nuestros días y prácticas sexuales como el sadomasoquismo o el fetichimo.

Los años 20 vieron una mujer más delgada y con forma de avispa, señala Adlington. Las curvas que el corsé había favorecido se transformaban en una figura más recta y plana gracias a prendas como las fajas que, en algunos casos, podían causar el efecto totalmente opuesto, realzando el pecho femenino. A partir de los años 20, con el nacimiento del glamour cinematográfico, el pecho empieza a ganar protagonismo tanto en la gran pantalla como en la moda femenina. Uno de los iconos de la época es Jane Russell, para quien el director y magnate Howard Hughes construyó un sujetador que realzase su ya de por sí voluminoso pecho (una talla 97), con motivo de la promoción de su película ‘El forajido’. Aunque Russell nunca la llegó a llevar, hay algo que estaba fuera de toda duda: la era de los grandes escotes acababa de llegar. Y actrices como Marilyn Monroe la prolongaron durante los años 50.

 

Del retrofuturismo a la desaparición

¿Recuerdan esos peculiares sostenes que se pueden ver en algunos anuncios antiguos y que tienen forma puntiaguda, como un cohete a punto de dispararse? Fueron idea de Ida Rosenthal, una mujer de origen bielorruso que fundó Maidenform, una de las grandes compañías de sujetadores de la historia, y que a lo largo de las seis décadas que estuvo el frente de la empresa consiguió que la prenda dejase de aplanar el pecho para realzarlo. Fue, al mismo tiempo, la primera que creó sujetadores de diversas tallas que se adaptasen a cada uno de los cuerpos femeninos. Pero, ¿qué ocurría unos cuantos centímetros más abajo, en la zona de la cintura? Que aún faltaba mucho para que llegase la braga tal y como lo conocemos: al igual que en los calzoncillos masculinos, la prenda seguía teniendo pierna.

Los años 60 fueron una época de cambio social, y como cada vez que se produce una evolución tan fuerte, la moda se ve obligada a canalizarla. El sujetador se convirtió en muchos círculos feministas una prenda opresora: el 7 de septiembre de 1968, las protestas en el paseo marítimo de Atlantic City ante la elección de miss América fueron acompañadas por la quema de revistas como ‘Playboy’ o ‘Cosmopolitan’, pestañas postizas, zapatos de tacón alto… y sujetadores, calificados de “instrumento de tortura”. Si esta prenda había sido el centro del canon en las décadas inmediatamente anteriores, era natural que la revolución empezase rechazando todo lo que significaba. Pero ni siquiera hacía falta fijarse en círculos feministas: gracias a modelos como Twiggy, estilosa, delgada y pequeña, el canon de la mujer voluptuosa empezó a venirse abajo.

La situación se normalizó, por así decirlo, en los años 70, como sugiere Adlington. La revolución sexual, como todas las revoluciones, hizo lo suyo (es decir, introducir unos pocos cambios cosméticos) y provocó que la silueta femenina fuese más natural. Los ochenta, la era del neoliberalismo, los ‘yuppies’, el cine porno, Madonna y la silicona, volvieron a impulsar una figura con más curvas –a veces, artificiales–, algo que terminaría derivando en la aparición del Wonderbra, el sujetador realzador que si bien ya existía desde los años 60, saltó a la fama en 1992, cuando las ventas se cuadriplicaron gracias a un artículo de Vogue, Vivienne Westwood y la ayuda inestimable de Eva Herzigová. Una tendencia que llega hasta nuestros días, en los que aun sin tratarse del célebre Wonderbra, la mayor parte de sujetadores llevan relleno.

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¿Qué ocurre con las bragas? Pues que a medida que las faldas se iban haciendo más cortas, se veían obligadas a reducir su tamaño en la misma medida, intentando al mismo tiempo que resultasen cada vez más cómodas. En los 90 irrumpen los tangas, que cumplen una función más estética: más allá de sus connotaciones sexuales –un proceso imparable en todas las prendas–, tienen como objetivo ocultar las líneas que pueden marcarse a través del pantalón. E, igual que ocurrió con los sujetadores, empezaron A diseñarse nuevos artilugios que permitiesen resaltar y redondear esa parte de la anatomía. Como asegura un artículo publicado en Vanitatis, el tamaño del trasero vuelve a importar más que nunca, o si no que se lo digan a Kim Kardashian y las bailarinas de ‘twerking’.

Fuente: http://goo.gl/Ohctyz

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